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El carácter último de las cosas


Si algo nos avisara con total certeza del último beso, el último abrazo o la última pérdida, quizá se verían cientos de personas pegadas por los labios, unidas por el pecho, o agarradas con fuerza a algo, quién sabe si a maletines, o llaveros, o a las agujas del tiempo. Si supiéramos que no hay más último que ese último vistazo, despedida o saludo, ¿Lo haríamos más despacio para quedarnos los últimos? Si supiéramos que es el último trago, la última lágrima o el último tango, seguramente cerraríamos la garganta, apretaríamos la pena, y trazaríamos nuevos suelos para aquellos pasos. Pero nadie quiere saber que esa sonrisa o esa palabra fueron las últimas, porque todos queremos que lo hermoso dure siempre sin tener que despedirnos, y todos queremos que lo triste dure nunca para no volver a vivirlo. Y jamás existirá nada que nos confirme el carácter último de las cosas, que queremos que sigan siendo últimas y que ya no lo serán nunca. Así que no nos quedará más remedio que andar pegados de los labios, caminar unidos por el pecho o agarrar con firmeza las agujas del tiempo.

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