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Admiradores y admirados, cegueras y otras invidencias.


Admiramos demasiado aquello que en realidad sólo vemos. Un viaje, una experiencia, una aventura, un cuerpo esculpido, un éxito determinado, el lujo… y un largo etc. En función de nuestros deseos, podemos admirar unas cosas u otras, pero ¿qué pasa cuando yo no estoy realmente definido o no tengo un foco de atención claro? Que ante un exceso de estímulos visuales sobre aquello que estimamos que es 'la felicidad', pasamos a convertirnos en admiradores de algo que ni siquiera conocemos, y eso puede abrumarnos o confundirnos sin esfuerzo alguno. Resulta fácil perderse, sentir cierto vacío, o que se desvanezca el sentido de lo que hacemos cuando no centramos nuestra mirada, o nuestra atención, y desacertadamente tendemos a pensar que lo que sucede alrededor “eso sí es felicidad” o mejor aún, “eso sí es vida”. Si nos sucede esto como adultos, ¿Imagináis cómo puede sentirse un niño, niña, que aún no ha formado ni definido una identidad propia? Se ha hablado y se habla mucho sobre los efectos negativos de las redes que buscan la perfección en la belleza de los cuerpos o las cosas, objetivos que ciertamente pueden deformar o alejar de la esencia de la felicidad, pero creo que aún se cuestiona poco, por miedo a ser tachado/a de radical de las tecnologías, o simplemente porque 'todo eso está muy bien pero, qué se puede hacer''; por esto mismo no hay que dejar de hablar sobre ello, porque lo normal no tiene porqué ser natural, y sólo de nosotros depende. ¿Estamos generando una segunda era del surrealismo, cambiando los cuadros por el encuadre? ¿Hemos dejado que Instagram o Facebook sean el magnetismo que marque el norte emocional? Si no eres capaz de pasar un mes sin ellas, muy probablemente la respuesta sea que sí, y esto no es negativo, lo negativo es no darse cuenta. Creamos realidades que en muchos casos no existen como tal, para tener la sensación de que somos felices y nos contentamos con la idea superficial de la felicidad, centrándola en un instante que colorear para mostrarlo al resto y posponiéndola continuamente a un estado futuro que pasará cuando suceda lo mismo que en aquella foto, en aquel cuerpo, o en aquella experiencia… hacemos asociaciones mentales que siembran las bases de lo que consideramos aquello que significa ser feliz. Busquemos inspiración para ser libres, no prisioneros de algo, que puede que hasta nada tenga que ver con nosotros. Ya sabemos que la felicidad es una actitud, y que no puede ser “cosificada” aunque ciertas cosas ayuden a generar ese estado. Un actor es buen actor, independientemente del escenario, no otorguemos nosotros tampoco al decorado más importancia de la que merece. Proyectamos la felicidad en aquello que creemos ver y nos condenamos de por vida a cumplir con unos criterios que nos alejan de lo que somos como seres únicos e irrepetibles, y empezamos a creer que la ambición de ser alguien está directamente relacionada con los excesos. El exceso de tener o de demostrar; esa tendencia al exceso, ya sea en el pensamiento o en las acciones, disminuye el estado mental de felicidad misma, y nada florece de modo natural bajo una condición de presión. Lo que vemos no es siempre lo que existe, lo que hay detrás de un filtro, o de un encuadre… Queremos mostrar lo bello y eso es tan hermoso como la vida misma, pero seamos conscientes de que no todo lo que se ve es lo que existe, y comprendamos que no es condición de ella misma hacer de la felicidad un reality show. La obligación de demostrar felicidad es una fuente de infelicidad constante. El sabio a veces calla, el humilde lo es sin decirlo, y el generoso da sin pedir. Compartir la felicidad es un regalo inspirador para cualquiera, obligarte a crearla aspirando a la superficie, es una condena personal que dista mucho de lo verdadero y lo real. Busca inspiración, como Dalí lo hizo en André Bretón, o Antonio López en las calles y luces de Madrid, pero no confundas la recreación de la felicidad con la creación de la tuya propia. Y sigamos tratando temas como éste que revelan en muchos casos más involución que desarrollo, y que marcan los criterios de personalidad en algunas edades, tanto desde los más pequeños hasta los adultos, que alentados por la “la viralidad de la felicidad” construyen ideas equívocas de lo que es, haciendo más complejo el descubrimiento de lo que realmente son. Comparte felicidad siendo felicidad, y juguemos a recrear mientras sepamos que es un juego, pero no juguemos sólo a ser perfectos, juguemos también a ser verdad, y hallemos el valor para encontrar la diferencia.

N. de la A: Esto no es una crítica orientada al sentido artístico o fotográfico, sino una invitación a reconsiderar todo aquello que basa “la felicidad” en un estado de apariencia constante, y cuánto puede llegar a influenciar de un modo negativo sobre todo en personas en procesos de identificación de identidad o descubrimiento personal.

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